En fecha
reciente trascendió en los medios locales el comentario de la Maestra en
Arquitectura Olga Orive Bellinger quién afirmó desde la presidencia del Comité
Nacional Mexicano del ICOMOS (Consejo
Internacional de Monumentos y Sitios) que nuestra ciudad de Durango se
encontraba en los primeros lugares del país en la edificación de “falsos
históricos”. Hecho que no me sorprendió en absoluto porque es evidente que lo
que se ha venido realizando en nuestra ciudad en este rubro, no es
arquitectura.
Es en el posmodernismo, corriente que se distingue por la recopilación
de estilos, por la utilización de formas icónicas, que Robert Venturi hace una
interpretación arquitectónica por medio de analogías, donde le compara con la
estructura literaria de la tragedia griega, esto es, que en sus entrañas, la
arquitectura ha llevado el ser que la crea.
Esta analogía va más allá de la comparación de formas, va hacia el
proceso de las estructuras; lo que ocurre con las fachadas de nuestra ciudad es
que intentan parecer de otra época, pero no puede considerárseles posmodernas,
ya que no van más allá de lo que la fachada aparenta. Ante la imposibilidad de
dar alcance a la tecnología, a la ciencia, a la industria, sacamos, después de
haber hurgado las entrañas, lo que consideramos nuestro más valioso tesoro,
esas fachadas que nos autentifican como sociedad. Porque hemos caído en cuenta,
que no hubo época mejor, más próspera, creemos que el resto de corrientes
arquitectónicas, las otras construcciones, las que representan otros estilos,
carecen de lo nuestro. Subsiste un desprecio por los estilos de mediados del
siglo pasado, ya ni se diga de la arquitectura de los años setentas y ochentas,
nuestro pensamiento de pertenencia va hacia “lo colonial”, que también es una
falacia, el estilo arquitectónico predominante en el centro histórico de
Durango es el que se gestó durante el porfiriato.
Esta simulación representa lo que nuestra sociedad siente como su
esencia, su imagen, porque son el ícono de una época de bonanza, de abolengo, porque
nos seguimos aferrando a estas formas
constructivas; en Durango, cualquier elemento o sistema constructivo novedoso
es asimilado muy lentamente, es cuestión del lenguaje que manejamos, nos
sujetamos a nuestras escasas palabras para definirnos, permanecemos encerrados
en un pasado que sabemos, trágicamente no volverá.
En el posmodernismo se construyeron venecias, coliseos, partenones,
pirámides en Las Vegas, pero su representación icónica sustentaba una
infraestructura del espectáculo, un show urbanístico, son mera escenografía con
un valor histórico que no intenta engañar sino evidenciar los hitos que
representa. Pareciera que hacia este fin es que se plantea la utilización de
los recursos públicos, que con su maquinaria no hacen más que aparentar y
“remodelan” fachadas, obstaculizando el desarrollo de la verdadera arquitectura
que en estos tiempos persigue otros fines y que por lo mismo, tiene otras
formas.
Sucede que los vanos, las alturas, encargados de articular el espacio,
se distorsionan, en pos de mantener ciertos elementos y provocan una carencia
de armonía. Es paradójico que en aras de mantener esa “armonía” las autoridades
la destruyen, porque no permiten sustentar la autenticidad de la arquitectura,
que es la de crear espacios, la forma espacial responde a un fin y lo proyecta
hacia la fachada; estas simulaciones de las que hablamos obligan a una pobreza
espacial que caracteriza a nuestra ciudad. Bajo este argumento, nunca se
hubieran construido el Museo George Pompidou de Paris o la “Dancing House” en
Praga y tantas otras que muestran la evolución real de las ciudades.
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