Estoy presa en un barco de luces, escuchando al parlante del teléfono público. Los faros atraviesan el vidrio, entrecierro los ojos, voy aguzando el oído. La señora suplica al auricular, veo su tristeza a través de estos destellos, los coches que atraviesan las paredes son párpados de tristeza.
Sigo amarrada al colchón del sinsentido, con la discusión de la banqueta en la orilla de alguna ventana. La mujer no puede hablar muy fuerte, pero lo hace, me sujeto a las cuatro paredes y con el vértigo de la calle encima siento sus golpes contra el teléfono público, se abre la cabeza de rabia, asusta a las voces de la cordura.
Un hilo de luz parte la noche, un suspiro de la madrugada asusta al sueño, sigo paralizada en mis pupilas, en el sueño tejiendo vacíos, intrascendentes como los días ó cada una de las olas ó todo este ejército de anónimos que poblamos la tierra.
Vivo mostrándole a mis letras la arquitectura de las rocas, su fragilidad de espasmos divididos en hienas y en delirios, vivo escuchando la charla ajena, la voz atragantada del suicidio, del beeep… beeep descolgado, dando tono a ninguna parte.
Vivo en la sensatez de mi propia isla, dormida, secreta, al otro lado de la puerta, detrás de la numeración de residente, que tiene las mismas cifras que la numeración del condenado. Un gris mancha mi tregua de focos ahorradores, de la ilusoria clase media anclada en la nada, perdida al fondo de un sillón, adosada a la colcha floreada como una más de las gardenias despidiendo su aroma a suavitel.
He vivido un tiempo oscuro y antrero, robado del azul eléctrico del amanecer, la madrugada me mimetiza con las sombras fijadas en estas paredes.
Sigo amarrada al colchón del sinsentido, con la discusión de la banqueta en la orilla de alguna ventana. La mujer no puede hablar muy fuerte, pero lo hace, me sujeto a las cuatro paredes y con el vértigo de la calle encima siento sus golpes contra el teléfono público, se abre la cabeza de rabia, asusta a las voces de la cordura.
Un hilo de luz parte la noche, un suspiro de la madrugada asusta al sueño, sigo paralizada en mis pupilas, en el sueño tejiendo vacíos, intrascendentes como los días ó cada una de las olas ó todo este ejército de anónimos que poblamos la tierra.
Vivo mostrándole a mis letras la arquitectura de las rocas, su fragilidad de espasmos divididos en hienas y en delirios, vivo escuchando la charla ajena, la voz atragantada del suicidio, del beeep… beeep descolgado, dando tono a ninguna parte.
Vivo en la sensatez de mi propia isla, dormida, secreta, al otro lado de la puerta, detrás de la numeración de residente, que tiene las mismas cifras que la numeración del condenado. Un gris mancha mi tregua de focos ahorradores, de la ilusoria clase media anclada en la nada, perdida al fondo de un sillón, adosada a la colcha floreada como una más de las gardenias despidiendo su aroma a suavitel.
He vivido un tiempo oscuro y antrero, robado del azul eléctrico del amanecer, la madrugada me mimetiza con las sombras fijadas en estas paredes.
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